martes, 8 de diciembre de 2009

Noche.

Ponía toda mi ilusión. Un ruído en el estómago lleva un año diciéndome que vale la pena. Algo empujaba, desde un poco más adentro de la puerta del alma, y me sacaba a flote cogido por las orejas. Porque valía la pena. Porque hay mucha gente por la que vivir cosas nuevas. Porque merecen que se les escuche. Porque son mi premio, después de todo.
Y de pronto, una mala ráfaga me dice que he perdido un año. Todo sigue como entonces, no he aprendido nada. NO HE APRENDIDO NADA. Pero, vamos a ver, ¿cuantas prórrogas me he de dar? ¿Por qué puta regla de tres tengo que volver a tragar? No he ganado nada en un año. ¿Quién está conmigo? NADIE, COÑO, NADIE. ¿Debo regalar esta victoria a otros o debo de tragarme la derrota?
Supongo que es miedo. Miedo a perder la costumbre de vivir unas cosas, con una gente, a unas horas. Miedo a perder de vista unas caras que se perderán en el olvido porque el tiempo no tiene escrúpulos y pasa sobre quien sea. Y yo no seré una excepción. Miedo a que mis hijos me digan un día papa, ¿por qué perdiste ese tren? Miedo al olvido.
El olvido es un pozo tan hondo que nunca llegas al fondo pero acabas por olvidar por que comenzaste a caer. Hace frío. No en la casa, en algo que está más adentro de mí que yo mismo. Esta noche es tan triste como una noche de hace ya un año. Esta noche me siento tan sólo como entonces, pero un año más tonto. Esta noche he vuelto a ser huérfano. Supongo que me lo merezco. Debo tener lo que me he ganado. Bien poco.

7/05/2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario