lunes, 5 de abril de 2010

La tormenta es llanto.

Esta noche, la tormenta está encima mismo.
Pasó el viento de los días, con sus buenas brisas, sus malos aires, su soplido terco y persistente... Pasó al lado, yo lo noté. Se me apoderó, golpeándome por todo el cuerpo... pero pasó.
Entonces difruté de los amigos, una bocanada de alimento a granel,
los noté al lado, los sentí (algunos lejanos) muy próximos...
Y me di un golpe en la esquina de la memoria,
se me abrió una brecha en la frente interior y se me derramaban las fotografías por encima.
Tomamos un café, la lluvia seguía asustando.
Dice "estoy aquí, no te olvides"
Y estaba ahí. No me olvidé.
Pero llegó el tiempo de salir con el paraguas al asfalto.
Llegó el tiempo de correr bajo las oscuras nubes. El recuerdo me llevaba de la mano.
Llegó el tiempo de acabar con la carrera y guarecerse y abrigarse y secarse ante el fuego.
¿Me he dejado algo?
No sé: llegué y lloré. Lloré mucho mucho, como dos árboles.
Esta noche, ya digo, la tormenta está encima mismo:
después de la carrera, del chapuzón, del calor al fuego,
de las distancias que se saltan,
después de la huída hacia uno mismo, y de la escapada de lo eléctrico,
quedé solo,
quedé solo,
quede muy solo,
y lloré.
Lloré por mí y por lo que fui.
Y por lo que habíamos sido.
Por lo que éramos y en lo que nos hemos convertido.

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